El rigor y la broma

Hoy he tenido la privilegiada oportunidad de trabajar en Sevilla durante todo el día con 25 directivos de EGMASA, la empresa de medio ambiente de la Junta de Andalucía, considerada una de las top performers por CRF. No me extraña que EGMASA sea una empresa de las preferidas, porque sus profesionales se toman muy en serio lo que hacen y lo realizan con eficacia.

Hemos tratado el compromiso, el talento y el liderazgo con cierta profundidad, con un enorme grado de participación por parte de los profesionales de EGMASA, y con amplia satisfacción tanto de ellos como mía. Contrasta el desarrollo directivo de alto nivel (liderado en este caso por ETEA), con “investigaciones” como la presentada ayer en la bolsa de Madrid sobre el golf y los resultados empresariales, que recoge la prensa económica.

“Las empresas con directivos que juegan al golf son las más rentables en bolsa”, titula sin rubor un artículo de El Economista. “Cuide su handicap para mejorar su dividendo”, se atreve a decir Cinco Días. El estudio en cuestión, llamado El golf cotiza en bolsa “demuestra” que las empresas cuyos altos directivos juegan al golf se han revalorizado en dos años (2005-2007) un 45’2% frente al 28’9% de las empresas sin golfistas en la dirección. Para más INRI, los ejecutivos con un buen handicap (1-20) han visto revalorizar el precio de sus acciones un 6’9% en 2007, frente a un 3’9% de quienes son más torpes en este deporte (handicap 21-36).


Recuerdo al profesor Antonio Pulido San Román, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y director del Centro Wharton-UAM de predicción económica, uno de los mayores expertos en econometría en nuestro país, referirse a la posible relación entre número de cigüeñas en determinadas poblaciones y el nacimiento de niños, “lo que probaría que a los recién nacidos los traen las cigüeñas”. Obviamente, nos explicaba, con carácter previo a un análisis estadístico, debe primar una sana reflexión. En los sitios donde el clima acompaña y las cosechas son favorables, las cigüeñas acampan y las familias tienen más prole, pero los niños no vienen de París, por mucho que lo pudiera corroborar la estadística. La razón prevalece; no vale todo.

Lo mismo ocurre con el golf y el rendimiento de los valores bursátiles. El golf no hace a las compañías más rentables, por mucho que algún ponente ayer destacara que, a mayor concentración de los directivos, mayores beneficios de la empresa. Más bien, las empresas de mayor revalorización suelen tener directivos aficionados al golf. Eso sí tiene sentido; lo contrario, no.

Soy partidario de que nuestro país fomente el turismo de golf y atraiga a visitantes amantes de este deporte (que suelen serlo de la buena mesa, los mejores hoteles y los museos). Estoy firmemente convencido de que los profesionales han de sacar el tiempo necesario para practicar las aficiones que deseen (el golf entre ellas). Pero de ahí a pensar/señalar/difundir que desarrollar el golf genera mejores compañías hay un abismo. Ni siquiera Tim Galloway, el autor de “The inner game of golf” (un libro que recomiendo), se atrevió a conclusión semejante.

Al César lo que es del César y al golf lo que es del golf.