Psicología positiva

Hoy he leído el informe respecto a mi hija Zoe que ha elaborado un gabinete psicológico especializado en la infancia (del que no voy a hacer publicidad). No es que Zoe tenga nada realmente a destacar, pero su profesora particular recomendó que lo hiciera. El informe en cuestión recoge los resultados de una batería de tests sobre capacidad de lectura, comprensión verbal, motora, lateralidad, etc. En casi todas las ocasiones el criterio de comparación es entre edad mental y edad cronológica y con un promedio de los niños de sus mismos años. Pero no trata en absoluto hasta qué punto la niña es feliz, vive o no en un entorno apacible o cariñoso, muestra seguridad en sí misma o interés por ayudar a los demás o es creativa.

La Psicología Positiva (el estudio científico del funcionamiento humano óptimo, cuyo objetivo es descubrir y promover los factores que favorecen el progreso en los individuos y las comunidades) lleva más de una década entre nosotros, con grandes aportaciones de Martin Seligman, Mihalyi Csikzentmihalyi, Philip Stone, Daniel Kahneman, Robert Emmons y tantos otros, pero gabinetes como el del informe de Zoe parece que no se han dado cuenta de ello. En el libro Ganar Felicidad, su autor, Tal Ben-Shahar (que dirige el curso más popular de la Universidad de Harvard) define la felicidad como “la experiencia global de placer y significado”. Sí, el placer es la base de la emoción, pero la felicidad es algo más que emociones positivas; es dotar a la vida de un sentido, de un significado (como nos enseñó Víctor Frankl).
Por ello, “la vida es muy corta para tener prisa”(Thoreau). La felicidad es el bien más valioso, y no se alcanza con actitudes hedonistas, nihilistas o competitivas. Contar con objetivos y un plan de acción, saber qué te hace disfutar en la vida, mantener relaciones fructíferas, ser agradecido y saber perdonar, disponer de un carácter sereno y risueño: ahí está la verdadera felicidad. Citando a Lincoln, “casi todas las personas son tan felices como deciden serlo”.

Me gustaría que estos análisis sobre la personalidad de los niños fueran menos un conjunto de datos sobre la inteligencia lógico-matemática y lingúística y más una reflexión profunda sobre la felicidad y sobre cómo mejorarla. Si no, no me extraña que el 45% de los estudiantes (en las universidades de USA) estén “tan deprimidos que tienen problemas para funcionar”.