Orgullosos del 2 de mayo

Hoy se cumplen, como todo el mundo sabe, 200 años del 2 de mayo de 1808, una gesta histórica como pocas.

Tras la batalla de Trafalgar, Napoleón Bonaparte tenía muy clara la decadencia de nuestro país y la hegemonía, como rival, de Gran Bretaña. Por tanto, tras el Edicto de Berlín de 21 de noviembre de 1806, la Península Ibérica se convertía en objeto de deseo de la hegemonía mundial. Por otro lado, Fernando VI fue capaz de dar un golpe de estado contra su padre, Carlos IV. Napoleón debió pensar que España sería presa fácil.

Pero, obviamente, no sabía cómo nos las gastamos los españoles. No sabemos “vender” lo que hacemos, nuestros logros, nuestras conquistas, pero cuando estamos huérfanos de referencias (como fue el caso del 2 de mayo de 1808) sacamos a relucir lo mejor de nosotros mismos.

Desde el motín de Aranjuez, el país se encontraba en un estado de agitación. José María Blanco White captó el ambiente de la ciudad de Madrid: “Con poca discreción empezaron a discutirse en público los planes más violentos para acabar con la división francesa acuertalada en Madrid… Se pensó en distribuir entre los espectadores que se solían colocar detrás de la caballería, unas picas cortas dotadas en sus puntas de unas afiladas cuchillas en forma de media luna. A una señal convenida este grupo se lanzaría a desjarretar los caballos, en tanto que otros atacarían a la infantería con puñales. No sólo era inútil sino peligroso poner objeciones a planes tan absurdos y visionarios”.

La chispa se encendió porque se rumoreaba que la Junta de Regencia (el órgano que Fernando había dejado en el poder tras su marcha) estaba siendo presionada para enviar a Bayona al resto de la familia real. El 2 de mayo dos carruajes aparecieron frente al palacio real y eso fue suficiente. A la vista de Francisco de Paula, el hijo más pequeño de Carlos IV, la multitud se lanzó contra Auguste Lagrange, ayudante de campo del mariscal Murat. Éste pasó a la acción y movilizó a las tropas, con una descarga atronadora: diez españoles caían heridos o muertos y el resto se dispersaba.

En una capital de apenas 160.000 habitantes (unas 30 veces menos que hoy en día), 4.000 ciudadanos “desconcertados e iracundos” salieron a tomarse la justicia por su mano. Al poco entraron columnas de tropas francesas desde todas direcciones. Los invasores hicieron retroceder a las multitudes hacia la Puerta del Sol. Un pequeño grupo de soldados y civiles habían tomado el principal parque de artillería encabezado por dos jóvenes oficiales, Daoiz y Velarde. A las dos de la tarde todo estaba tranquilo: unos 200 españoles yacían muertos y 300 más fueron ejecutados durante la noche. Por los ocupantes, 31 muertos y 114 heridos. Nos queda el testimonio de Goya de ese “día de cólera”.

Pero el asunto no quedó ahí. A partir del 3 de mayo, toda España se levantó en armas. En Cartagena y Valencia (23 de mayo), Zaragoza y Murcia (24 de mayo) y León (27 de mayo) se produjeron los levantamientos de mayor importancia. El 5 de junio dos escuadrones de dragones franceses al mando del capitán Bouzat fueron atacados en Despeñaperros y obligados a retirarse. España estaba en guerra. Napoleón tuvo que mandar 300.000 soldados a una guerra que duró seis años (sin treguas). En Bailén (19 de julio de 1808) el hasta entonces invencible ejército napoleónico sufrió su primera derrota a manos de un enemigo por el que Napoleón no había mostrado más que desprecio.

Tenemos que recordar las palabras de Napoleón al final de sus días, en el exilio de Santa Helena, sobre nuestros compatriotas: “Desdeñaron su interés sin ocuparse más que de la injuria recibida. Se indignaron con la afrenta y se sublevaron ante nuestra fuerza. Los españoles en masa se condujeron como un hombre de honor”.

“El 2 de Mayo es tan importante porque fue el origen del complejo e interesante proceso que vino después, incluida la primera constitución en 1812. Esos pobre carpinteros, mendigos, albañiles, rufianes, manolas y chisperos, compatriotas de todos los lugares y de las colonias americanas que se batieron en Madrid, merecen ser recordados por muchas razones: por los 409 que murieron y los 160 que quedaron heridos, y sobre todo por la lección de coraje que dieron, demostrando un par de cosas: que a la hora de dar la cara los españoles están siempre por encima de sus gobernantes, y que siglos de incultura, represión eclesiástica, visceralidad y fanatismo cerril nos convierten en los principales enemigos de nosotros mismos. Que el resultado final de aquel inmenso sacrificio fuera el regreso, entre vítores, del rey más infame de nuestra historia, no deja de ser una españolísima y natural paradoja. Pero cada cual tiene lo que merece tener.”, Arturo Pérez Reverte, La paradoja del 2 de mayo.

En las 20 horas que transcurrieron de las 8 de la mañana del 2 de mayo a las 4 de la madrugada del día siguiente, el coraje de un pueblo cambió la historia de Europa y de la humanidad. Qué enorme hazaña, que merece nuestra reflexión.