El lector

Esta tarde he ido a ver El lector (no entiendo por qué titulan a la película The reader, cuando está basada en una novela alemana –Der Vorleser- y su traducción resulta tan sencilla). No me ha gustado demasiado. Me ha parecido fría, lenta, excesivamente intelectual. Lo siento, pero Kate Winslet no está tan bien dirigida en esta cinta como en Revolutionary Road por Sam Mendes. Y Ralph Fiennes está exento de emociones, triste y perdido. Ni siquiera el director consigue sacar jugo a Bruno Ganz. IMDB le da una nota de 7’8 sobre 10. Me parece excesivo.

El británico Stephen Daldry ha dirigido anteriormente películas como Billy Elliot (que me encantó, seguramente por la fuerza de la historia, pero no por lo memorable de la dirección) y Las horas (que me pareció un tostón, a pesar de contar con Merryl Streep, Julianne Moore, Nicole Kidman o Ed Harris). Como en Las horas, el guión es de David Hare.

Por una cierta intución, me he puesto a leer la novela original El lector, de Bernhard Schlink, mientras escuchaba de fondo la retransmisión en la tele del Valencia-Málaga. Schlink (Bielefeld, 1944) ejerce de juez entre Bonn y Berlín y ha escrito tres novelas policiacas, este El lector traducida a más de 30 idiomas y dos obras posteriores: Amores en fuga y El regreso.

Aunque no soy un gran lector de novelas (me dedico más a leer libros de gestión empresarial, sociología, filosofía, ciencia…), ésta me ha encantado. Muy diferente a la película. De hecho, es una lástima la adaptación cinematográfica (es terrible, por ejemplo, que los libros que lee el protagonista o lee Hanna en la prisión están en inglés, no en alemán, así como las palabras sobre la pizarra en las clases de derecho de la universidad alemana; una enorme falta de sensibilidad cultural).

¿Dónde está la diferencia? (espero que, a aquellos que no han visto la película, no les destroce la misma). La novela se divide en tres partes. En la primera, el autor (que habla en primera persona) trata la aventura amorosa que vivió con una señora 20 años mayor que él. Se inicia con “A los quince años tuve hepatitis”. Frau Schmitz le ayuda cuando se siente mal y, meses después, el chico (Michael Berg) va a su casa a darle las gracias y llevarle unas flores. “No recuerdo qué había en su mirada: sorpresa, pregunta, comprensión, reproche”. Se debate entre volver o no, pero “corría peligro de no poder sacudirme esas fantasías” (…) “en lo que sucedió en aquellos días reconozco hoy el mismo esquema por medio del cual el pensamiento y la acción se han conjuntado o han divergido durante toda mi vida.” Vuelve a casa de ella, le ayuda transportando carbón y, tras bañarse, “me levanté y salí de la bañera dándole la espalda. Ella, detrás de mí, me envolvió en la toalla de la cabeza a los pies, y me frotó hasta que estuve seco. Luego dejó caer la toalla al suelo. No me atreví a moverme. Se me acercó tanto que sentí sus pechos en mi espalda y su vientre en mis nalgas. Ella también estaba desnuda. Me rodeó con sus brazos y me puso una mano en el pecho y otra en el miembro tieso.” A diferencia de la película, en la novela sí conocemos los sentimientos del protagonista: “Tenía miedo: del contacto, de los besos, de no gustarle, de no ser bastante para ella. Pero cuando ya llevábamos un rato abrazados, cuando me empapé de su olor y sentí plenamente su calidez y su fuerza, todo cobró sentido: me puse a explorar su cuerpo con las manos y la boca, nuestras bocas se encontraron, y por fin la tuve encima de mí, mirándome a los ojos, hasta que llegué al clímax y cerré los ojos con fuerza, y al principio intenté contenerme, pero luego grité tan fuerte que ella tuvo que taparme la boca con la mano.”

Michael escribe que “en la noche siguiente me enamoré de ella”. (…) “¿Me enamoré de ella como premio por haber accedido a acostarme conmigo? Todavía hoy, cuando he pasado la noche con una mujer, tengo siempre la sensación de haber recibido un regalo excepcional y me siento obligado a corresponder a tanto mimo haciendo un esfuerzo por querer a la mujer y por plantarle cara al mundo”. Hanna Schmitz es una buena influencia, porque Michael vuelve al colegio y se lo toma más en serio. Nos enteramos de que su padre era catedrático de filosofía “y pensar era su vida: pensar, leer, escribir y enseñar”. Sobre Hanna, “cuando hacíamos el amor ella tomaba posesión de mí con toda naturalidad”. Se ven cada día, “Hanna me daba una seguridad que ahora me parece asombrosa” y Michael tiene éxito en el colegio. Él empieza a leerle en voz alta: Emilia Gallotti e Intriga y amor, de Schiller (no Mark Twain y El amante de lady Chatterley, como en la película). Tras la Pascua, pasan cuatro días juntos Él sale un rato y le deja una nota, pero ella “no la encuentra” y se enfada muchísimo: le cruzó la cara con un cinturón y luego se puso a llorar. “Empezamos a hacer el amor de otra manera. Durante mucho tiempo yo me había dejado llevar por ella, por su manera de tomar posesión de mí. Luego yo había aprendido también a tomar posesión de ella. De entonces en adelante, empezamos a amarnos de un modo que iba más allá de la simple posesión”. Y Michael le escribe un poema:

Cuando nos abrimos,
tú a mí y yo a ti,
cuando nos sumergimos,
tú en mí y yo en ti,
cuando nos olvidamos,
tú en mí y yo en ti.

Sólo entonces
yo soy yo
y tú eres tú.

“Mantuvimos nuestro ritual de lectura, ducha, amor y reposo.”Michael le lee Guerra y Paz (50-60 horas de lectura) y van al teatro a ver Intriga y amor. “Fue entonces cuando empecé a traicionarla. No es que fuera por ahí contando sus secretos o poniéndola en evidencia. No revelé nada que hubiera que mantener oculto. Al contrario: mantuve oculto lo que debería ser revelado. Me negué a admitir su existencia. Sé que negar a alguien es más bien un tipo inofensivo de traición. Desde fuera no se aprecia si uno está negando a alguien o simplemente pretende ser discreto o considerado o sólo intenta evitar situaciones delicadas o molestas. Pero el que niega a otro sabe muy bien lo que hace. Y negar una relación es una manera de socavarla tan grave como otras formas de traición más espectaculares.” La última vez, “cuando hicimos el amor, sentí como si Hanna quisiera arrastrarme a una esfera de sensaciones que iban más allá de todo lo que habíamos experimentado hasta entonces; como si quisiera llevarme hasta el límite de mi capacidad de aguante. También ella se entregó como nunca. No sin reservas; jamás dejó de tener reservas. Pero fue como si quisiera ahogarse conmigo”. Y Hanna desaparece.

En la segunda parte, Hanna empieza a buscarla pero no la encuentra. “Nunca más me dejaría humillar ni humillaría a nadie; nunca más haría sentirse culpable a nadie ni cargaría yo con las culpas; nunca más amaría tanto a una persona como para que me hiciera daño perderla: todas esas cosas no las pensaba claramente por entonces, pero las sentía con toda certeza.” Michael adopta “un aire de fanfarronería y superioridad; me esforzaba por mostrarme como alguien que no se dejaba afectar, conmover ni confundir por nada.” Vuelve a ver a Hanna en el Palacio de Justicia, en un juicio contra criminales de guerra (ella fue miembro de las SS). “La palabra clave era ‘revisión del pasado’.” Como estudiante de un seminario, “no me perdí ni un solo día del juicio.” pero “en mi interior no me sentía implicado”. “¿Es ese nuestro destino: enmudecer presa del espanto, la vergüenza y la culpabilidad? ¿Con qué fin? No es que hubiera perdido el entusiasmo por revisar y esclarecer con el que había tomado parte en el seminario y en el juicio; sólo me pregunto si las cosas debían ser así: unos pocos condenados y castigados, y nosotros, la generación siguiente, enmudecida por el espanto, la vergüenza y la culpabilidad”. Como jurista, Michael reconoce respecto a Hanna y las otras cinco acusadas que “en realidad, no había pruebas suficientes para acusarlas”. Se da cuenta de que “Hanna no sabía leer ni escribir. Por eso quería que le leyeran en voz alta. Por eso, durante la excursión en bicicleta, me había dejado a mí todas las tareas que exigieran escribir y leer, y por eso aquella mañana en el hotel, al encontrar mi nota, se desesperó, comprendiendo que esperaba que yo esperaba que la hubiera leído y temiendo quedar en evidencia. Por eso se había negado a que la ascendieran en la compañía de tranvías; su punto débil, que en el puesto de revisora podía ocultar fácilmente, habría salido a la luz en el momento de su iniciar la formación para el puesto de conductora. Por eso rechazó el ascenso en Siemens y se convirtió en guardiana de un campo de concentración. Por eso confesó haber escrito el informe, para no verse confrontada con el grafólogo. ¿Será también por eso lo que había hablado más de la cuenta en el juicio? ¿Porque no había podido leer ni el libro de la hija ni el texto de la acusación, y por tanto ignoraba las posibilidades que tenía de defenderse y no se había podido preparar convenientemente? ¿Sería por eso por lo que enviaba a sus protegidas a Auschwitz? ¿Para cerrarlas la boca en caso de que descubrieran su punto débil? ¿Sería por eso por lo que escogía a las más debiles?” Prefería pasar por criminal que por analfabeta. Michael habla con su padre el filósofo (“No estamos hablando de la felicidad, sino de la dignidad y de la libertad”) que le recomienda que no haga nada sin la aprobación de Hanna. Visita un campo de concentración (“Quería comprender y al mismo tiempo condenar el crimen de Hanna”). Acudió al juez, charló con él pero finalmente no le dijo nada. “Ya no me molestaba que Hanna me hubiera abandonado, engañado y utilizado. Sentía cómo la anestesia con que había asistido a los horrores del proceso se apoderaba ahora también de mis sentimientos y pensamientos de la semana anterior. Exageraría si dijera que me alegraba de que fuera algo así. Pero sí sentí que era algo bueno. Que aquello me permitiría volver a mi vida cotidiana y seguir viviendo en ella”. A Hanna le condenan a cadena perpetua.

En la tercera parte, Michael se convierte en abogado (“No me consolaba pensar que mi sufrimiento por haber amado a Hanna fuera de algún modo el paradigma de lo que le pasaba a mi generación, de lo que les pasaba a los alemanes, con la diferencia de que en mi caso resultaba más difícil hurtar el bulto o enmascarar el fondo de la cuestión”). Se casó con otra estudiante de derecho y se separó de ella cuando su hija Julia tenía cinco años. “Intenté buscar y mejorar mis relaciones posteriores Acabé reconociendo que, para poder sentirme a gusto al lado de una mujer, necesitaba que tuviera un tacto y unas vibraciones un poco como los de Hanna, que su olor y sabor se perecieran a los de Hanna”. Después de separarse de Gertrud, releyó La Odisea, “la historia de un movimiento, con objetivo y sin él al mismo tiempo, provechoso e inútil”. Grabó las cintas y se las mandó a Hanna (Homero, varios cuentos de Schnitzler y Chéjov. “Quería cerrar el círculo con la grabación”. Al cuarto año, le llegó una nota de agradecimiento de Hanna. Era la letra de un niño. Pero estaba aprendiendo a leer y escribir. Al final, la directora de la prisión escribió a Michael diciéndole que iban a soltar a Hanna y que era la única persona conocida por ella. Fue a la cárcel. “Ahora, sentado junto a Hanna, olí a una anciana. No sé de dónde sale ese olor que conozco de las abuelas y las tías entradas en años, y que flota como una maldición en las habitaciones y los pasillos de los asilos. Hanna era demasiado joven para aquel olor.” (…) “La abracé, pero como fue como abrazar algo inanimado. Cuídate, chiquillo”.

La mañana en que iba a salir en libertad, “Hanna estaba muerta. Se había ahorcado al amanecer”. La directora llevó a Michael a la celda de Hanna. “Me acerqué a la estantería. Primo Levi, Elie Wiesel, Tadeusz Borowski, Jean Améry: la literatura de las víctimas y, junto a ella, las memorias de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, el ensayo de Hanna Arendt Eichmann en Jerusalén y varios libros sobre los campos de exterminio”. En el último capítulo, Michael cuenta: “Ya han pasado diez años desde todo aquello. En los primeros tiempos después de la muerte de Hanna siguió atormentádome la duda de si realmente la había negado y traicionado, de si al amarla me hice culpable, de si debería haberme liberado de ella de palabra y obra, y de cómo podía haberlo hecho. A veces me preguntaba si era responsable de su muerte. Y a veces me enfurecía con ella y por todo lo que me hizo. Hasta que el odio perdió fuelle y las dudas trascendencia. No importa lo que hice o no hice, ni lo que ella me hizo a mí: es mi vida, eso es todo”.


Deliciosa novela, una metáfora sobre el nazismo y tal vez sobre el amor, que Hollywood no ha sabido adaptar como merecía.