Noche de San Juan

La noche más corta del año en el hemisferio norte, el solsticio de verano. Noche de celebración en casi toda España, desde las playas de Galicia (“noite de San Xoan”), Asturias (“nuechi de San Xuan”), Cantabria y el País Vasco (“donibane gaua”) a las hogueras de Alicante, desde las verbenas de Catalunya (“revetlla de Sant Joan”) a las fiestas en la costa malagueña. O en Soria, en la Rioja… Un momento de re-nacimiento.

Para los griegos, los solsticios eran “puertas” entre ambos mundos. El de verano, la puerta de las personas. El de invierno, la puerta de los dioses. En este de junio, las hogueras se encendían para que el sol no perdiera fuerza. Tiempo de cambios y de renovada vitalidad. Inevitable recordar El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, una de las comedias con las que más me he reído en un escenario (en concreto, en una fantástica versión en el Centro Cultural de la Villa, hoy Teatro Fernán Gómez, en Madrid). Y la película de dibujos de Filmax.

Leo en www.actosdeamor.com las particularidades del nombre Juan:
Procede del hebreo Yo-hasnam, con el significado de “Dios es misericordioso”. Otra etimología muy cercana es la de Jo-hanan o Jo-hannes, que significa “Dios está a mi favor”. Empezando por san Juan Bautista, la personalidad de los santos y otros hombres insignes que han llevado este nombre, es inconmensurable.
San Juan Bautista es el príncipe del santoral cristiano: es el único santo del que se celebra el nacimiento y no la muerte, y su fiesta, el 24 de junio, es una fiesta solar, de luz y de fuego, decantación de los más antiguos ritos de la humanidad en la más grande de todas las fiestas. Mientras Jesús ocupa el solsticio de invierno (la Iglesia optó por cambiar su titular, al ver que era imposible suprimir estas fiestas), san Juan toma posesión del solsticio de verano porque fue imposible erradicar las ancestrales celebraciones solares. Y fue precisamente el hecho de la vinculación de su nombre a las fiestas más esplendorosas y más vitalistas, lo que elevó su prestigio hasta límites que sólo milenios de historia pueden explicar. Pero no es gratuita la coincidencia entre el ancestral culto solar y san Juan Bautista. El personaje es de una gran talla: es un Sol menor que abre camino al gran Sol que es Cristo, con una firmeza que hace temblar al mismo rey Herodes. Tenía el Bautista una misión, y nada le acobardó. Preparaba los caminos del Señor. Era La Voz que clamaba en el desierto. No se callaba cuando no se debe callar: cuando veía los abusos del poder, no giraba la cabeza, aunque no le afectasen directamente; por eso acabó su cabeza servida en la bandeja de Salomé. Una cabeza que el mismo Herodes valoró en la mitad de su reino. San Juan Bautista abrió de par en par las puertas del cielo a los Juanes, que tras él entraron en legión: san Juan Evangelista, el discípulo predilecto de Jesús; san Juan Crisóstomo, uno de los más grandes oradores de todos los tiempos; san Juan Bautista de la Salle, fundador de las Escuelas Cristianas; san Juan de la Cruz, el poeta que divinizó el amor humano y humanizó el amor divino; san Juan I Papa, iniciador de la serie de grandes papas que llegó hasta el humanísimo Juan XXIII; san Juan de Dios, fundador de los Hermanos Hospitalarios, y así hasta ciento veinte santos. El nombre de Juan tiene un encanto y una virtud invencibles. Se impone con la fuerza positiva del mismo Sol, con la viveza del fuego, con la fecundidad de la verbena. “Entre los nacidos de mujer, nadie más grande que Juan el Bautista”.
Todo un privilegio para quienes llevamos este nombre.