El Talento de César Manrique

Sábado de excursión por el norte de Lanzarote. Primero, visita al Jardín de cactus, al pie del molino de Guatiza. Una obra de César Manrique, iniciada en 1977 e inaugurada en 1990. Un total de 1.400 cactus (de las islas afortunadas, de América, de Madagascar) y casi 10.000 plantas. Un espacio único.

De ahí hemos ido a los Jameos del Agua, otra creación de César Manrique. La palabra jameo (del canario aborigen) designa a una cueva o burbuja volcánica reventada a la que se accede por su techo. Ésta es la primera atracción arquitectónica en la isla, diseñada por Manrique en 1968. Una gran cueva de lava, en la que viven pequeños cangrejos albinos (ejemplares únicos), una preciosa piscina, un bellísimo auditorio para 600 personas. Espectacular.

Posteriormente, la Cueva de los verdes, formada por dos galerías superpuestas. Incluye, en sus dos kilómetros, un auditorio para mil personas.

Y por si todo esto fuera poco, hemos ido al Mirador del Río, una antigua posición de artillería a 435 metros de altura que César Manrique convirtió en un maravilloso mirador desde el que se disfruta la isla de La Graciosa.

Desde Punta Faraones, en el extremo septentrional de Lanzarote, donde se sitúa el mirador del Río, hemos vuelto al centro de la isla, vía Haría y Los valles, hasta Teguise, la que fuera Gran Aldea de los aborígenes y primera capital de Lanzarote, desde el siglo XVI hasta 1852. Hemos almorzado en Acatife, uno de los mejores restaurantes majoreros, en la zona monumental de la villa. Un establecimiento de segunda generación, que llevan con esmero los hermanos Félix e Ignacio Duque Abreut.

Y después de comer, hemos visitado la Casa-museo de César Manrique, sede de la fundación que lleva su nombre, en Tahíche. Allí vivió el artista desde 1968, a su vuelta de Nueva York, hasta 1988, en que decidió convertirlo en lo que hoy es. 30.000 metros cuadrados de finca, colada lávica de las erupciones de 1730-1736. La Fundación está abierta al público desde 1992. En la casa, que es una auténtica maravilla, encontramos obras de Picasso, Miró, Tapies, Chillida, Mompó… Impresionante.

Todo el que ha venido a Lanzarote alguna vez sabe que hay un antes y un después de César Manrique en este isla. Como dijera Frei Otto en 1991, “César Manrique es Lanzarote y Lanzarote es César Manrique”. He comprado en la Fundación una biografía del artista por Fernando Ruiz Gordillo y La palabra encendida, una selección de los textos de Manrique editada Fernando Gómez Aguilera (Universidad de León) para tratar de conocerle un poco mejor.

César Manrique nació el 24 de abril de 1919 en Arrecife (Lanzarote), hijo de un comerciante. Desde pequeño se mostró como un niño despierto, vivaz y con gran facilidad para el dibujo. A mitad de los 30, su padre se hizo construir una casita en La Caleta, en la playa de Famara. Para él el Atlántico fue su maestro, “lección suprema y constante de entusiasmo, de pasión y libertad.” Desde joven admiró a Picasso, a Matisse y a Braque. Se hizo amigo de los Millares y de Pancho Lasso y fue a Tenerife para ser arquitecto técnico. Pero allí le fascinaron los murales de Néstor de la Torre en el casino de Santa Cruz y decidió hacerse pintor. Hizo su primera exposición individual, en el Cabildo Insular, en 1942. Dos años después, en el Museo Nacional de Arte Moderno en Madrid participó en una colectiva de pintores de la provincia de Las Palmas. Recibió una beca de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1945 y participó en la Bienal de Venecia en 1955 y 1960. Recibió encargos de murales para distintas instituciones (Banco Guipuzcoano, Hotel Fénix, Cine Princesa, Aeropuerto de Barajas…). Tras dos décadas en Madrid, pasó tres años (1965-1968) en la Ciudad de Nueva York, becado por el Instituto Internacional para estudiar el arte de EEUU. Volvió a su isla en 1968: “En Lanzarote está mi Verdad”. Con la ayuda del Cabildo Insular, comenzó a mostrar su impronta en esta tierra, recibiendo distintos reconocimientos: Premio Mundial de Ecología y Turismo en Berlín (1978), Premio Europa Nostra (1986) y Reserva de la Biosfera por la UNESCO. Murió en un accidente de automóvil (en una plaza a 200 metros de la Fundación, el lugar que muestra Almodóvar en Los abrazos rotos), dejan do inconclusos magnos proyectos como el Parque Marítimo del Mediterráneo en Ceuta o el Parque Marítimo de Santa Cruz de Tenerife.

Hay una serie de pautas en el Talento de César Manrique que quisiera destacar para el aprendizaje:

- Ideas claras: la necesidad de educar para la felicidad, el compromiso social (“el problema social del arte”)
- Conexión con el medio natural: “Mi alegría de vivir y de crear continuamente me la ha dado el haber estudiado, contemplado y amado a la gran sabiduría de la naturaleza”
- Identidad absoluta con su isla: Lanzarote es su gran obra y desea “salvarla” de la especulación urbanística
- Haber trabajado en los grandes foros artísticos (Madrid, Nueva York) para volver a Lanzarote con credibilidad.
- Capacidad de acción: “Cuando un ser no es capaz de amar, de realizarse creativamente, está en manos de la destrucción”
- Manrique es un tándem. O mejor, un equipo. No se concibe su obra sin la labor del Cabildo Insular (su Presidente, José Ramírez Cerdá; su VP, Antonio Álvarez; el resto del equipo: Jesús Soto, Luis Morales, etc.).
- Y su legado: la Fundación César Manrique, que sigue alimentando sus sueños.”En el fondo de la cuestión, todo se puede mover a través de una gran pasión, de un gran amor y de una entrega total”:

Rafael Alberti le llamó “pastor de vientos y volcanes”. Y le dedicó este poema, Lancelote. Primera estrofa, en 1979:
Vuelvo a encontrar mi azul,
mi azul y el viento,
mi resplandor,
la luz indestructible
que yo siempre soñé para mi vida.
Aquí están mis rumores,
mis músicas dejadas,
mis palabras primeras merecidas de la espuma,
mi corazón naciendo antes de sus historias,
tranquilo mar, mar pura sin abismos.
Yo quisiera tal vez morir,
morirme,
que es vivir más, en andas de este viento,
fortificar su azul, errante, con el hálito
de mi canción no dicha todavía.
Yo fui, yo fui el cantor de tanta transparencia,
y puedo serlo aún, aunque sangrando,
profundamente, vivamente herido,
lleno de tantos muertos que quisieran
revivir en mi voz, acompañándome.
Mas no quiero morir, morir aunque lo diga,
porque no muere el mar, aunque se muera.
Mi voz, mi canto, debe acompañaros
más allá, más allá de las edades.
He venido a vosotros para hablaros y veros,
arenales y costas sin fin que no conozco,
dunas de lavas negras,
palmares combatidos, hombres solos,
abrazados de mar y de volcanes.
Subterráneo temblor, irrumpiré hacia el cielo.
Siento que va a habitarme el fuego que os habita.

Para César Manrique, “Lanzarote es pura magia… misterio. Belleza limpia, insolente y desnuda. Lección constante. Su desconocida y profunda naturaleza es consciente del gran espectáculo que ofrece.” Ahora lo entiendo (y lo siento) mucho mejor.