Inmortales

Esta tarde he ido a ver “Immortals”, dirigida por el indio Tarsem Singh (La Celda, The Fall. El sueño de Alejandría y el próximo Mirror, mirror, sobre el mito de Blancanieves) con los productores de 300. Cuenta la historia de Teseo (en griego, “el fundador”), mítico rey de Atenas, que lucha contra el titán Hiperión, hijo de Urano (el cielo) y Gea (la tierra).

La película se inicia y concluye con la misma frase de Sócrates: “Todas las almas de los hombres son inmortales, pero las almas de los justos son inmortales y divinas”. Zeus, disfrazado de anciano (John Hurt) es el ‘coach’ de Teseo: le enseña a combatir y a defender los ideales. Hiperión (Mickey Rourke) le declara la guerra a los hombres y busca el arco Epiro, hecho por Ares en el Olimpo. Con él puede liberar a los titanes, que están encerrados en el Monte Tártaro y quieren vengarse. Por ley divina, los dioses no pueden entrometerse en los asuntos humanos (“Si queremos que los hombres confíen en nosotros, debemos confiar en ellos y dejarles utilizar su libre albedrío”, proclama Zeus. Y de dice a Teseo: “Confío en ti. Demuéstrame que tengo razón. Guía a los tuyos”). Junto a Teseo, la visionaria sacerdotisa Phaedra (Freida Pinto) y el esclavo Stavros (Stephen Dorff). Atenea le pregunta a Zeus: “En la paz, los hijos entierran a sus padres; en la guerra, los padres entierran a sus hijos. ¿Estamos en guerra, padre?”. Teseo, en la batalla final, les dice a los helenos: “Luchad por el futuro, luchad por vuestros hijos, luchad por la inmortalidad”.

Me ha gustado “Immortals”. Visualmente cautivadora, tal vez demasiado cruenta, el guión (escrito por Charlie y Vlasis Parlapanides) me parece potente. Se ve muy bien en versión digital sin necesidad de 3D. Los mitos de la Antigua Grecia (Homero, Hesiodo) bien merecen revisitarse.

Es el triunfo del honor: frente a la mezquindad de lo efímero, la grandeza de la inmortalidad.

Hablando de inmortales, precisamente John Carlin escribía hoy en su columna de El País sobre el tema: Los inmortales del fútbol.

“El fútbol es la mitología griega de nuestra época. Es el terreno en el que creamos héroes, mitos y leyendas. Hay para todos los gustos y todas las tribus futboleras, pero solo unos pocos perduran en el tiempo, resuenan para siempre como Aquiles, Ulises o Héctor de Troya.

¿Quiénes seguirán en el panteón de aquí a 100 años? ¿Qué equipos y figuras contemporáneas se convertirán en leyendas universales?

En primera fila, garantía de inmortalidad, están el Real Madrid y Brasil. El Madrid de Di Stéfano, Puskas y Gento; el Brasil de Pelé. Tal fue la magia de las hazañas logradas hace medio siglo que los nombres Real Madrid y Brasil no dejarán nunca de brillar. Aún en el fracaso, no pierden la grandeza.

El Ajax y la Holanda de Johan Cruyff no se olvidarán tampoco, ni, seguramente, el Milan de Van Basten y Maldini. De los equipos ingleses, el que mas trofeos europeos ha conquistado es el Liverpool, pero el que más carisma posee es el Manchester United. ¿Por qué? La clave está en los jugadores, en aquellos cuyas imágenes se quedan grabadas en la retina colectiva de la humanidad.

El Manchester United es grande no, en primer lugar, por los triunfos acumulados durante los 25 años que Alex Ferguson ha estado al mando; es grande porque en la segunda mitad de los años sesenta tuvieron tres jugadores en el equipo llamados Bobby Charlton, George Best y Denis Law. Todos los que los vieron nunca los olvidarán. Pero lo mágico del asunto es que incluso para los que nunca los vieron, para los que solo tienen un vago conocimiento de sus nombres, su leyenda impregna y ensalza al Manchester United de hoy; como Di Stéfano, Puskas y Gento -de los cuales sólo podemos ver vemos imágenes borrosas en televisión- para el Real Madrid.

Los entrenadores no dejan huella de la misma manera. Si los equipos son grandes, ellos suelen ser olvidados. ¿Quién se acuerda de los nombres de los entrenadores del Real Madrid y Brasil en sus tiempos de máxima gloria? Pocos. Se dan casos, en cambio, de entrenadores que brillan por encima de sus propios equipos. Como Helenio Herrera, inventor del catenaccio, cuyos barcelonas, romas e interes nadie recuerda como se le recuerda a él.

Dirán lo mismo en un futuro no muy lejano de Alex Ferguson y José Mourinho. Ferguson será recordado por su infatigable hambre de victoria y por su extraordinaria longevidad. Sus equipos jugaron, en el mejor de los casos, con brío, pero nunca con brillantez.

Mourinho pasará a la historia por el personaje que se ha creado, por su magnífico egocentrismo, y por su extraordinario éxito en el Oporto. Quizá nunca supere la épica lograda en sus comienzos con aquel equipo portugués que conquistó, para sorpresa del mundo, la Liga de Campeones, pero cuyo juego nadie (fuera de Oporto) recuerda. Tambien logró grandes cosas con el Chelsea, convirtiendo un equipo de segunda categoría en un formidable campeón. Fue Mourinho el que encandiló al club londinense, no los jugadores o su forma de jugar.

Lo mismo seguramente se dirá acerca del Real Madrid actual en el probable caso de que agregue más triunfos en los próximos años al logrado la temporada pasada en la Copa del Rey. Pasará a la posteridad Mourinho en mayor medida que su equipo. Y durará tambien por haber forjado un colectivo capaz de convertirse en un formidable rival para el Barcelona, al que la feroz presión competitiva de Mourinho ha hecho aún mejor.

El Barcelona de hoy reúne un equipo imborrable en la historia en el que, por primera vez, la figura del entrenador será igual de mítica que la de sus estrellas en el campo. Se hablará con la misma admiración de Messi, Xavi e Iniesta de aquí a 50, 100 y -si la humanidad no se destruye a sí misma, o un cometa no lo hace- 1.000 años del mismo modo que se habla hoy de Di Stéfano, Puskas y Gento. Pero Pep Guardiola, reinventor del fútbol, vivirá para siempre también.

Y después, porque así es la vida, vendrán épocas duras y frustrantes, pero lo que la generación actual ha logrado es que el Barcelona ascienda al Olimpo, asegurando que ahí siga, con el mismo esplendor que el Real Madrid o Brasil, por los siglos y los siglos.

Feliz Navidad.”

Y esta noche, ya en casa, he estado viendo en La 2, La Ola, la película alemana de Dennis Gansel. Hablé de ella en este blog el 28 de noviembre de 2008. La cinta da para una tesis doctoral. En aquella ocasión, me impactó lo rápido que se puede pasar de la democracia a la autocracia (la película está basada en una historia real). Me compré la peli, pero no la he visto posteriormente (aunque la he recomendado mucho). Esta vez me ha llamado la atención el poder de lo autocrático: equipo, identidad, orgullo, resultados de la colectividad. ¿Puede derrotar ese modelo –tan presente en muchos países del mundo- a las democracias occidentales? “Todo esto tiene un poder pedagógico; los alumnos están muy motivados”, dice el profesor antes de que se le vaya el tema de las manos.

Mi agradecimiento hoy a los buenos narradores, de la antigua Grecia, de la Alemania contemporánea, de la España actual. Son nuestras obras, nuestro legado, lo que puede convertir en inmortal al ser humano.