La habitación oscura y la triste

Esta mañana, he ido a ver (y disfrutar) de la última película de Icíar Bollaín, Katmandú. Un espejo en el cielo. Guión (magnífico) de la propia directora y de Paul Laverty (guionista de Y también la lluvia, Buscando a Eric o En un mundo libre). Una interpretación completísima de Verónica Echegui (que hace, una vez más, de heroína aparentemente frágil, como en Yo soy la Juani, El patio de mi cárcel, La mitad de Oscar). Basada en la historia real de Vicky Subirana, que montó una escuela para niños pobres en Katmandú, con algunas modificaciones, para reflexionar sobre la importancia de la educación, de las desigualdades y el papel de la mujer, las castas y las supersticiones en el tercer mundo. Algunas frases que me han gustado especialmente: “Todo el mundo tiene derecho a una educación. Enseñar es ayudar a ser libres. (Los intocables) están en la oscuridad por la casta a la que pertenecen”. “Parece que los pobres, con ser pobres, sólo merecen una educación pobre”. “En lugar de quejarte por lo que no quieres, concéntrate y piensa en lo que quieres”. “(El hogar es) mi puñado de tierra, mi espejo en el cielo”. “El mundo es para muchos una habitación oscura. Tú has hecho a esos niños salir de la oscuridad”. Una excelente película, con un ritmo apropiado, plena de emociones.

Por la tarde, he mordido el anzuelo. He visto Los descendientes, la estrella de la taquilla. Cinco nominaciones a los Óscar (entre ellas, la de mejor película y la más que probable estatuilla a Clooney como mejor actor), dos Globos de oro (mejor película, mejor actor), fama de mejor interpretación del protagonista en su carrera; los críticos, salvo excepciones, le conceden entre cuatro y cinco estrellas…

Sinopsis: “Matt King vive en un lugar paradisíaco de la isla de Hawái, de gran valor medioambiental y espiritual, junto a su esposa y sus dos hijas. Sin embargo, sufre un golpe muy duro cuando su mujer fallece en un trágico accidente de barco. Tras desmoronarse, es consciente de que tiene que dar un giro completo a su existencia y más cuando se entera de que ella le era infiel con otro hombre. Matt se embarca en una odisea emocional para encontrar al amante y poder así reconstruir su vida junto a sus hijas. Basado en la novela de Kaui Hart Hemmings, Los descendientes narra la reconstrucción anímica y existencial de un hombre destrozado por la muerte de su esposa que trata de salir hacia delante como puede, haciéndose cargo de sus hijas y que tiene que tomar una serie de decisiones importantes, entre ellas, vender sus idílicas posesiones en la isla de Hawai a los nativos de la zona que las consideran de un gran valor místico o encontrar al "desconocido" amante de su mujer para así terminar un ciclo y empezar una nueva etapa más espiritual”.

En realidad, un bodrio. Supuesto cine independiente (cómo no, producida por una grande como la Fox), con una visión desmitificadora de Hawai (la música parece más bien una colección de fados portugueses), con Clooney como un tristón abogado, forrado y tacaño, que tiene a su esposa en coma por practicar deportes de riesgo, que se ocupa de sus dos hijas (17 y 10 años) por primera vez en su vida y que cuando debe desconectarla de la máquina (siguiendo los deseos de ella, por escrito) sólo le preocupa que tenía un affaire con un agente inmobiliario… La interpretación de Clooney es flojísima, carente de sentimientos (cómo le gusta a Hollywood mostrar a los más guapos y guapas de la forma menos atractiva): nada que ver con el mejor Clooney, que es el de Ocean’s eleven o Up in the air, el madurito encantador de contagiosa sonrisa. Esta peli es lenta, llena de tacos (violencia verbal carente de sexo), sin nada interesante que contar, mal dirigida por Alexander Payne (el de Entre copas y A propósito de Schmidt, otros dos petardos pomposos). Y un litigio sobre tierras vírgenes, en plan ecologista, perfectamente predecible (el abogado no vende, con el pretexto de “la tierra se nos confió; estamos ligados a esta tierra”, porque no quiere entregarla a quien estuvo con su mujer). No he visto el momento en que terminara. Eso sí, bellos paisajes del archipiélago, como si se tratara de una postal.

Los descendientes es ya un éxito comercial; Katmandú pasará, salvo mayúsucula sorpresa, sin pena ni gloria por la taquilla. Así es la industria (la del cine y los mercados en general). ¡Qué bien vende EE UU lo suyo y qué mal ponemos en valor lo nuestro! Quiero pensar, como optimista que soy, que el bien que la cinta que Icíar Bollaín genera en los espectadores con talento hace que todo esto merezca la pena. No se trata de la cantidad (de la venta, de la pasta), sino de la calidad (la capacidad de promover emociones, que es lo que se espera de una obra de arte).

Para un servidor, acaban ganando los buenos, antes o después. Me he desquitado de la sesión de las cuatro viendo en casa, en DVD, la película anterior de Icíar Bollaín, Y también la lluvia. Un equipo de filmación rueda en Cochabamba, Bolivia, una película sobre Cristóbal Colón. Entre tanto, los indígenas se sublevan porque el gobierno va a privatizar el agua. Una maravilla, esta vez sobre los recursos naturales y el colonialismo (político y económico). Espléndidos Luis Tosar, Karra Elejalde y Gael García Bernal. Una historia potente que da mucho que pensar sobre las injusticias de este mundo y sobre los supuestos idealistas que al final se rajan.

Mi agradecimiento a las personas comprometidas como Icíar Bollaín, que utilizan el cine como “séptimo arte” para remover nuestras consciencias. Así da gusto y el mundo tiene esperanza.