Tras el Cine Fórum Empresarial APD de ayer en Guadalajara, tuve la
oportunidad de charlar con un alto directivo de una Caja Rural. “Algunas cajas
de ahorros se olvidaron durante la bonanza de que eran entidades
benéfico-sociales sin ánimo de lucro”. Muy cierto. Jugaron a ser bancos (con
algunos políticos en lugar de gestores, con algunos directivos sirviendo a sus
intereses en lugar al de los “accionistas”, la sociedad en su conjunto). Creo
que las Cajas Rurales y las Cajas de Ahorros son muy beneficiosas para nuestro
país; he podido admirar a lo largo de los últimos 25 años desde dentro el
trabajo de decenas de estas entidades, y cuando ha servido a sus fines
fundacionales (cuando se han dedicado a especular y a inflar la “burbuja”,
evidentemente las personas que nos dedicamos al liderazgo y al desarrollo del
talento no tenemos nada que hacer), lo han hecho de manera maravillosa. El
avance de la cultura en España en democracia, por ejemplo, no se entendería sin
la obra social de las cajas…
La aportación de este directivo me ha hecho pensar sobre la importancia
de los principios. Del latín principium, el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define “principio” como
“el primer instante del ser de algo” y, en su sexta acepción, como “norma o
idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta” (“el pensamiento y la
conducta”, me atrevería a decir). Por tanto, tres claves: los principios son
normas o ideas fundamentales; marcan las reglas. Además, rigen: dominan, apuntan,
lideran. Y lo que rigen son tanto los pensamientos como las conductas (“siembra
un pensamiento y cosecharás una acción”, Thackeray).
Los principios son esenciales, porque llevan nuestra misión (a lo que nos
dedicamos individual y colectivamente, a lo que queremos seguirnos dedicando) a
pensamientos y comportamientos cotidianos. Ser una persona de principios es una
de las claves de la autoconfianza (saber qué es negociable y qué no lo es) y de
la confianza que merecemos a los demás. La repetida frase de Groucho, “Estos
son mis principios… pero si no le gustan, tengo otros”, lejos de ser una
boutade divertida, desgraciadamente se ha convertido en algo frecuente. Las
personas sumisas, miedosas, o demasiado interesadas (traicioneras, en
definitiva) venden sus principios por un plato de lentejas. Es clave rodearse y
elegir personas y organizaciones de principios, coherentes, íntegras.
Stephen Covey nos enseña, en su segundo hábito, que se trata de supeditar
conscientemente los impulsos a nuestros valores. Es esencial en la
proactividad, en la iniciativa, en que nuestra vida vaya de dentro hacia fuera
(por nuestra influencia) o de fuera a dentro (la mayoritaria actitud reactiva,
que reprime nuestro talento). Un fin, una brújula, una guía de nuestros pensamientos
y acciones.
En la vida la cosa no es tan fácil. Primero, porque incluso las
“personas-veleta” (las que cambian con el viento) se justifican en función de
las circunstancias. Y especialmente porque en ocasiones los principios (cuando
no son estrictamente criterios éticos, sino morales, de costumbres, culturales)
derivan hacia la rigidez de las conductas.
Una película argentina que en su vida disfruté se llama precisamente Cuestión de principios. Tuve el
privilegio de escribir un Cine de Gestión
sobre esta cinta en Expansión & Empleo (16-3-2011). Adalberto Castilla
(Federico Luppi) es un empleado del puerto de origen aristocrático(su padre fue
presidente del comité de ética del Jockey Club y su abuelo marqués aquí en
España), que se debate entre regalar (tal vez vender) o no un ejemplar único de
una revista a su nuevo jefe (Pablo Echarri), la única que le falta a éste, porque
en ella sale una foto del padre de Adalberto con el rey Umberto de Saboya. El
Sr. Castilla, todo un caballero, rige sus conductas con frases como “No todo
tiene un precio" o "El recuerdo de mi padre no se puede medir con
papel moneda". se jacta de demostrarle al ambicioso de su jefe. Su código
de conducta es el de las películas de Humphrey Bogart, Robert Mitchum y Gregory
Peck. Cuando su jefe le ofrece una enorme cantidad de dinero por la revista y
su esposa, Sarita (Norma Aleandro) le presiona al máximo, no sabe qué hacer.
¿Habrá confundido los principios con caprichos irracionales y excesivos? La película
nos descubre un final sorprendente, que no voy a desvelar (iría contra mis
principios, como cinéfilo de corazón). "He recuperado cosas que no
sabía", confiesa un nuevo Castilla.
La paradoja es que en el talentismo, la nueva época que sustituye al
capitalismo, los principios son más importantes que nunca. Nos guían de verdad.
Una frase del General Eisenhower al respecto: “El pueblo que valora sus
privilegios por encima de sus principios, pronto pierde unos y otros” (más
válido que nunca para los occidentales que, defendiendo sus privilegios,
olvidamos la solidaridad, la dignidad y la equidad, que son principios humanos
universales).
Por lo demás, ayer estuve leyendo Valencia,
la tormenta perfecta, del profesor Josep Vicent Boira. Un libro sobre la
evolución histórica de la Comunidad Valenciana, y ese huracán de crisis,
ineficacia, déficit autonómico, despilfarro, burbuja inmobiliaria, corrupción,
exceso de consumo, falta de liderazgo… “Resacón en Levante”, como dice Boira.
Un texto que provoca reflexión: cómo la “exuberancia irracional” ha dinamitado
una sociedad coherente y consciente.
Mi agradecimiento y admiración a quienes, en Bancaja, en la CAM, en
distintas instituciones y empresas de la comunidad, en la administración, han mantenido sus
principios y, frente a la desmesura, han seguido con la decencia. Nunca seamos tan injustos como para confundir a unos pocos que han renegado de los principios éticos por interés cortoplacista con la grandísima mayoría de una región laboriosa, honrada e íntegra.