Jornada entre Barcelona y Madrid.
Reuniones de marketing, internas y con clientes. Puente aéreo en estado puro.
He estado leyendo el especial de
National Geographic: “Viaje al interior del cerebro” y el artículo “Así es como
las personas más brillantes del mundo organizan el día” (Here’s how the world’s
best people scheduled their days) de Kevin Short en The Huffington Post. Un
análisis (como dice Kevin, “desde Beethoven a Beyoncé) de cómo los genios gestionan
su tiempo. Se basa en el libro “Rituales diarios: Cómo trabajan los artistas”
(Daily Rituales: How Artists Work) de Mason Currey y del trabajo de RJ Andrews
para representar gráficamente las agendas de los talentos más creativos e
influyentes.
Algunos, evidentemente, seguían
pautas más excéntricas. Por ejemplo, Ludwig Van Beethoven. Entre 1822 y 1827,
desayunaba un café con 60 granos seleccionados por el mismo, se dedicaba a
componer por la mañana (8 horas), comía con vino, se daba un largo paseo de un
par de horas con un papel para tomar notas, pasaba por una taberna para leer el
periódico, cenaba (con cerveza, y después se fumaba una pipa) y dormía durante
ocho horas.
El escritor francés Víctor Hugo se
levantaba “por un disparo que le despertaba”. Se tomaba un baño con agua helado
(en los baños públicos), desayunaba dos huevos duros y café, leía una carta de
la Srta. Juliette Drouet, hacía ejercicio físico en la playa durante un par de
horas y visitaba al barbero cada día. Dos horas escribiendo y respondiendo a
cartas y ocho horas de sueño reparador.
Un biógrafo de su compatriota
Honorato de Balzac ha señalado que su vida era “una orgía de trabajo separada
por una orgía de relajación y placer”. Siete horas escribiendo, una hora de
descanso, otras 6’5 horas de trabajo, media hora de ejercicio, 90 minutos para
recibir amigos y tomarse un baño y siete horas de sueño.
Lo mismo podemos advertir en Gustave
Flaubert (7 horas de sueño, 6 de trabajo, 5 de lectura), Thomas Mann (7 horas
de sueño, 3 para escribir y 3’5 horas de lectura), Mozart (6 horas de sueño,
2+2+4 horas componiendo, 4 de lecciones, 4 de actividad social), Kant (7 horas
de sueño, 1 de meditación, 1 de lectura, 4 de clases, 3 de visitas sociales, 3
de lectura), Freud (6 horas de sueño, 1 de desayuno y aseo, 4+6 de pacientes, 1
de paseo por la Ringstrasse de Viena a toda velocidad, 1’5 de cena y jugar a
las cartas), Milton (7 horas de sueño, 3 horas de meditación y lectura de la
Biblia, 3 horas de dictado –el escritor había perdido la vista con 40 años-, 1
de comida y 4 de paseo, 4 de visitas), Dickens (7 horas de sueño, 2 horas de
desayuno y paseo, 5 horas de escritura en completo silencio, 3 horas de paseo,
7 horas de actividad social y cena), Darwin (7 horas de sueño, una hora de
paseo y desayuno, 4+2+2 horas de trabajo, 3’5 horas de juego y descanso), Tchaikovsky
(8 horas de sueño, una hora de desayuno, 2’5 horas de paseo, 2+2 horas de
composición, 4 horas de actividades sociales), Benjamín Franklin (7 horas de
sueño, 4+4 horas de trabajo, 3 horas de desayuno y reflexión, 2 horas de
lecturas, 4 horas de cena, música y conversación).
¿Pautas comunes en genios tan
distintos? La importancia de dormir un número de horas adecuado (frente a esa
creencia de que los genios duermen poco y mal), muchas horas de trabajo (la inspiración
te tiene que pillar trabajando), paseos y ejercicio en general (endorfinas para
el cuerpo y la mente), reflexión, lectura, actividades sociales.
¡Qué diferente de nuestras agendas,
que incluyen viajes y tráfico, reuniones, jornadas maratonianas! Y de las 4’5
horas de televisión que ve cada español, de promedio, al día. Con esas horas,
los genios hacían buena parte de sus horas.
Mi gratitud a la “clase creativa”,
que disfruta con lo que hace, que pone en valor su talento, que aporta de
manera ingeniosa e innovadora.