Durante este sábado
primaveral he cumplido con el “ritual de la Felicidad”: Me he levantado
temprano (Zoe tenía partido a las 9), he desayunado tranquilamente, he
escuchado música (Pablo Alborán y ritmos latinos), he leído plácidamente al
aire libre, me he regalado tiempo, he comido con seres queridos (mis padres, mi
hermana, cuñado y sobrina), he sonreído, he agradecido, he aprendido. Mi padre
y yo hemos ido esta tarde al cine, a ver ‘Una noche en el nuevo México’, de
Emilio Aragón. Me encantó su película anterior, ‘Pajaros de papel’ (un precioso
homenaje a los cómicos) y por ello esperaba mucho de ésta. Pero no. Una
lástima.
Hoy tocaba libro
importante: ‘El Giro. De cómo un manuscrito contribuyó a crear el mundo
moderno’, de Stephen Greenblatt (profesor de humanidades en Harvard). Premio
Pulitzer 2012, National Book Award 2011.
En el prólogo, el
profesor Greenblatt nos cuenta que leyó ‘De rerum natura’ (Sobre la naturaleza
de las cosas) de Lucrecio cuando estaba en la Universidad. “Una profunda
meditación terapéutica acerca del miedo a la muerte”. Un texto que estableció
los principios básicos de una visión moderna del mundo. “La cultura surgida de
la Antigüedad que mejor resume la aceptación lucreciana de la belleza y del
placer y que la impulsó como una búsqueda humana legitima y valiosa fue la del
Renacimiento”. Alberti, Miguel Ángel, Rafael, Ariosto, Montaigne, Cervantes,
Shakespeare, Leonardo, Galileo, Francis Bacon, Richard Hooker… “Como es natural,
el descubridor del manuscrito no pudo darse cuenta plenamente de las
implicaciones de su hallazgo ni prever su influencia, que tardaría siglos en
desarrollarse. De hecho, si hubiera tenido una mínima intuición de cuáles eran
las fuerzas que se iban a desencadenar, quizá se lo hubiera pensado dos veces
antes de arrancar una obra tan explosiva de la tiniebla en la que dormía”.
Poggio Braccioni
era un ávido epistológrafo que en el invierno de 1417 llegó al sur de Alemania.
Su profesión era la de “scriptor”, escribiente de documentos oficiales de la
burocracia papal, y secretario (acceso a los secretos) del papa. Era un
“cazador de libros”, desde que Petrarca reconstruyera en la década de 1330 la
monumental ‘Historia de Roma desde su fundación’. Los humanistas (que se
dedicaban al “estudio de humanidades”) buscaban libros en viejos monasterios y
abadías. Las reglas monacales luchaban contra la “acedía” (la vagancia, la
pereza), por ejemplo leyendo y copiando manuscritos.
‘Sobre la
naturaleza de las cosas’ es la obra de un discípulo que transmite las ideas de
su maestro, Epicuro, nacido en Samos en el 342 a. C. Creía en los átomos, en la
preeminencia del placer, en la serenidad de espíritu (Greenblat comenta que el
epicurismo se malinterpretó interesadamente como propio de excesivos,
juerguistas y escandalosos).
El autor nos
recuerda el glorioso pasado de Alejandría, su Museo (en honor a las musas) con
medio millón de rollos de papiro, la labor de Euclides, Arquímedes (que
descubrió el número Pi), Eratóstenes, Galeno… Cómo Hipatia fue asesinada por
Cirilo y sus huestes a causa del fundamentalismo religioso y cómo acabó la
cultura grecolatina. “Epicuro destruye a todas las luces la religión; elimínese
la Providencia y la confusión y el orden se añuedarán de la vida”, señalaba uno
de los Padres de la Iglesia.
Poggio Bracciolini
de Florencia nació en 1380 en Terranuova, Toscana. Nieto de un notario, poseía
una caligrafía hermosa. En Florencia trató con los grandes discípulos de
Petrarca, Giovanni Bocaccio (1313-1374) y Coluccion Salutati (1331-1406),
creador de la palabra “Humanismo”, que fue su gran mentor. De ahí, Poggio pasó
a Roma, “la fábrica de mentiras”, a trabajar para el Papado. Su jefe, el papa
Juan XIII (Baldassare Cossa), terminó siendo destituido (29 de mayo de 1415),
borrado de la lista oficial de papas, acusado y encarcelado. En verano de 1416,
Poggio estaba de nuevo dedicado a la caza de libros. Meses después, en enero de
1417, se encontró con ‘De rerum natura’ en el monasterio de Fulda.
¿De qué va el
importante libro de Lucrecio? Todo está hecho de partículas invisibles
(átomos), las partículas elementales de las cosas son eternas, infinitas en
número pero limitadas en cuanto a la forma y el tamaño, están en movimiento en
un vacío infinito, el universo no tiene creador ni ha sido concebido por nadie,
todo surge como consecuencia de un cambio de rumbo (declinatio, inclinatio o
simplemente clinamen), el cambio de trayectoria es la fuente del libre
albedrío, la naturaleza experimenta sin cesar, el universo no fue creado por
los humanos ni alrededor de los humanos, los humanos no son seres únicos, la
sociedad humana no comenzó en una edad dorada de calma y plenitud sino en una
lucha primigenia por la supervivencia, el alma muere, no existe el más allá, la
muerte no es nada para nosotros, todas las religiones organizadas son ilusiones
de la superstición, las religiones son invariablemente crueles, no hay ángeles
ni demonios ni fantasmas, el fin supremo de la vida humana es la potenciación
del placer la reducción del dolor, el
mayor obstáculo del placer no es el dolor sino las ilusiones, comprender la
naturaleza de las cosas produce un profundo asombro. Stephen Greenblatt explica
que el epicureísmo de Lucrecio está en ‘La consagración de la primavera’, el cuadro
de Botticelli.
En 1419, Poggio
aceptó el encargo de Henry Beaufort, obispo de Winchester, tío de Enrique V (el
héroe de Agincourt). Y después volvió al Papado, con Eugenio IV y Nicolás V.
Dimitió en 1458 y falleció 18 meses después, el 30 de octubre de 1459.
Ese giro hacia el
renacimiento ocurrió con Marsilio Ficino, turbado a los 20 años por el libro de
Lucrecio. Lorenzo Valla defendió el epicureísmo en el elogio del placer como
bien supremo. Y aunque en diciembre de 1516 el Sínodo de Florencia prohibió la
lectura de Lucrecio en las escuelas, ya era demasiado tarde (las imprentas de
Bolonia, París y Venecia había impreso muchos ejemplares). Erasmo escribió que
“no existen hombres más epicúreos que los piadosos cristianos”. ‘Utopía’ de
Tomás Moro, es un texto epicúreo. Y para un servidor, uno de los grandes textos
humanistas.
Tras Poggio, el
humanismo pervivió en los Ensayos de Montaigne, en Shakespeare y sus
contemporáneos (Spenser, Donne, Bacon, Ben Jonson), en Quevedo y Alonso de
Olivares, en Galileo, en Molière, en Hutchinson, en Thomas Jefferson (“Siento,
luego existo”, “Yo soy un epicúreo”).
Excelente ensayo,
ameno y muy bien documentado. Mi gratitud al profesor Greenblatt, a Poggio, a
Lucrecio y a tod@s l@s grandes humanistas.