Estupenda la sesión de entrenamiento
en el gimnasio con mi monitora, Irma Valderrábano. Muchas gracias, Irma, eres
estupenda como coach, exigente y empática. Partido de Zoe con el CD Tacón (1-1
en casa) y tarde tranquila de sábado.
De la prensa de hoy, tras casi un año
de gobierno en funciones en nuestro país, me quedo con el artículo de José Juan
Toharia (mi maestro de sociología, profesor en la UAM en la que hice la
especialidad de Sociología Económica), ‘Ahora, recuperar los valores’:
“No corresponde a los ciudadanos plantear, con
detalle y precisión, las reformas que la sociedad pueda necesitar en cada
momento. Ni siquiera tras un vendaval tan destructivo como el que estos ocho
años ya de crisis están suponiendo en España. Lo que a la ciudadanía le
compete, lo que puede competentemente hacer, es levantar acta de cuanto perciba
dañado, desfasado o destruido en el tejido social o institucional y reclamar
—como es su derecho— urgente reparación. Pero pedirle que acompañe su hoja de
reclamaciones con una propuesta concreta de arreglo equivale a desvirtuar las
reglas del juego democrático. En un texto famoso de 1925, Walter Lippmann
expresó su compasión por el sufrido ciudadano medio al que, con frecuencia, se
le otorga la omnisciencia para dar respuesta o solución a cada problema que
surja en la vida colectiva. No es así. Esa ciudadanía perfecta constituye,
incluso en las sociedades más avanzadas, un ideal inalcanzable. Por eso la
democracia —la que realmente funciona— es representativa, y no directa, y por
eso existen los políticos. Es a estos últimos a quienes compete definir las
reformas concretas atendiendo al malestar expresado por sus representados, sin
tratar de endosarles a estos esa responsabilidad.
En estos años, entre ocho y nueve de cada diez
españoles han venido definiendo como mala tanto la situación económica del país
como la política. Nunca, antes, se había producido un diagnóstico tan unánime y
negativamente coincidente, que puede —en este concreto momento— parecer incluso
exagerado, pero que debe entenderse no en su estricta literalidad sino como
desgarrado síntoma de algo muy profundo y difuso. Cuando el diagnóstico de
situación que emite la ciudadanía equivale, en esencia, a que todo está mal, lo
que cabe entender que se está cuestionando no es, realmente, tanto esta o
aquella dimensión de nuestro tejido institucional, sino el propio escenario
político-social en su conjunto. Al mismo tiempo, ocho de cada diez españoles
dicen seguir identificándose con el actual sistema democrático (y dos de cada
tres con la concreta variante multipartidista del mismo surgida de las
elecciones del pasado diciembres) pero siete de cada diez rechazan el modo en
que se ha hecho funcionar a este.
La conclusión que se impone parece obvia: la
desafección ciudadana, su pesimista negatividad, no tiene su origen en la
arquitectura del sistema (por más que este necesite importantes retoques y
reformas) sino en los estilos, modos y formas con que, quienes lo gestionan,
han tendido a actuar. Lo que, a su vez, remite a una causa más profunda y menos
fácil de aprehender a primera vista: para los españoles (y tengan en ello más o
menos razón, pero es lo que inequívocamente llevan ya largo tiempo declarando
sondeo tras sondeo), la raíz última de todos los males que pesan sobre nuestra
sociedad no es sino la generalizada crisis de valores, la total falta de
ejemplaridad que pesa sobre lo que, a falta de mejor término —y sin matiz
despectivo alguno—, cabe describir como la clase política.”
El profesor Toharia pone el dedo en
la llaga. El Liderazgo no va de seguir los gustos de la ciudadanía, sino de
marcar la pauta con un proyecto ilusionante, ambicioso y realista. La raíz de
nuestros males es la falta de ejemplaridad (“Lo que haces habla tan alto que no
me deja escuchar lo que dices”, Oliver Wendell Holmes).
Además, la escritora Elvira Lindo
reflexiona sobre Donald Trump en ‘Hemos creado un monstruo’:
“Un monstruo no se crea de la noche a la mañana. Si
en el ámbito familiar intervienen padres, titos y abuelas en la creación de un
ser consentido y ególatra, cuando se trata de un monstruo nacional como Trump,
han de ser muchos los ciudadanos que se apliquen durante años para que un
egomaníaco de escasas luces esté a un paso de la presidencia. Se está dando la
cómica situación de que algunas de las personas que participaron activamente en
la creación de Frankenstein estén saliendo del armario en estos días para
confesar: “Sí, yo también tengo algo de culpa”. Uno de ellos ha sido Tony
Schwartz, un tipo que en 1987 ya se había hecho un nombrecillo como periodista,
pero que se dejó seducir por la insólita propuesta de Trump para que escribiera
su autobiografía. ¿Hay alguien que quiera publicar su autobiografía a los 38
años? Donald Trump. Aunque hoy en día, con la excusa de la autoficción, los
escritores empiezan a contar su vida desde preescolar.
Por supuesto, Trump no podía escribir ese libro,
porque no sabía cómo eran los libros por dentro, no había abierto ninguno, así
que contrató a Schwartz como negro, y accedió a pagarle la mitad del
adelanto y de los royalties. El negro, viendo que como periodista
siempre sería un pelagatos, dijo que sí. La autobiografía se llamó, The Art
Of the Deal (“El
arte de negociar”), se vendió como churros y Schwartz se hizo millonario.
El periodista, como es lógico, perdió credibilidad entre sus pares y montó una
empresa de coaching que le ha hecho más millonario. Pero cuando Schwartz
escuchó este verano que Trump se presentaba como candidato y declaraba que
Estados Unidos se merecía un líder como el que escribió The Art of de Deal,
empalideció y escribió un furioso tuit: “Gracias, Donald, por sugerir que
compita para presidente, dado que yo escribí The Art of the Deal”. Al
autobiógrafo de Trump no sólo le alarma que el magnate se crea autor de la
escritura, sino que asuma sin rubor todas las falsas cosas buenas que sobre él
aparecían en el libro, porque lo que hizo Schwartz fue mentir y embellecer la
historia de Trump para que este apareciera como un genio de los negocios:
“Pinté los labios a un cerdo”. Y es que lo que verdaderamente presenció el negro
fue a un hombre incapaz de concentrarse en una conversación, irritable,
obsesionado con la fama, un mentiroso que se cree sus propias mentiras, y un
empresario que ha pinchado en muchas inversiones, porque aunque se venda como
un hombre hecho a sí mismo, la pasta le venía de papá, del que suele hablar
poco por no contar cómo el padre le salvó de muchos disparates inmobiliarios.
Schwartz piensa ahora, arrepentido, en dedicar las ganancias que siga generando
el libro a causas nobles, aunque asume que él creó parte del monstruo.
Por otro lado, está Michael D’Antonio, un premio
Pulitzer que le hizo la última entrevista al candidato antes de la campaña.
D’Antonio ha cedido las cinco horas de grabación que tiene con Trump a The
New York Times para que este medio vaya soltando perlas en los últimos
días. En ellas, Trump da cuenta de su matonismo juvenil, que obligó a sus
padres a apartarlo del barrio y mandarlo a una academia militar para
reformarlo. Error. El joven Donald se sintió en su salsa en un ambiente en que
podía dar rienda suelta a su hombría. Porque a él le gusta pelearse como a los
machotes, llegar a las manos. Detesta, más que nada, sentirse humillado: viendo
en una ocasión que Ivana sabía manejar los esquís mejor que él, montó en cólera
y destrozó a golpazos su equipo. Las grabaciones dan cuenta también de su nula
aceptación del fracaso, de su desprecio por los perdedores, y de una obsesión
patológica por salir en los medios.
La historia del tercer libro, el de Harry Hurt III,
es más triste. Hurt escribió una biografía no autorizada en 1993, El magnate
perdido: las vidas de Donald Trump. Este libro nació herido de muerte
porque el autor decidió incluir una declaración jurada de su exesposa en la que
contaba que Trump, animado por ella, se sometió a un implante de pelo, y como
la operación fue dolorosa, volvió a casa, le arrancó a ella un mechón de pelo,
la violó y la dejó encerrada un día en el baño. Los abogados de Trump obligaron
entonces a la editorial a incluir una página aclaratoria de Ivana: “Se me
malentendió, dije que me había sentido violentada, no violada”. Esa
rectificación tiene que ver con un acuerdo de divorcio de 14 millones de
dólares (12,8 millones de euros).
El biógrafo Hurt, viendo cómo las mujeres de las que
abusó el magnate han hablado, quería reeditar el libro, pero nadie se atreve.
Temen la ferocidad de los abogados de Trump. Y es que, en el fondo, el monstruo
da miedo. Ese monstruo creado colectivamente. Nunca se han escrito tantos
libros sobre una persona con tan poco interés. Pero el poder del dinero
convirtió a Trump en un hortera entrañable, en un cerdo con los labios
pintados.”
Allan Lichtman, profesor de historia
de la American University, ha creado 13 preguntas que se contestan con un
“verdadero/falso”. Si al partido en el poder le perjudican al menos seis de
esas cuestiones: tiene al legislativo en contra, el presidente actual no se
presenta, no ha habido grandes cambios legislativos ni éxitos en política
exterior y Hillary Clinton no es un héroe nacional. Si Trump pierde (esperemos
que pierda), no es porque no lo tuviera su partido todo de cara. Si Hillary
gana (como deseamos), es porque su contrincante es un horror.
Mi agradecimiento a José Juan Toharia
y a Elvira Lindo por estas valiosas reflexiones.
¿Canción de este sábado? De Manu
Carrasco, ‘Ya no’: www.youtube.com/watch?v=_KQPR8lgxsU